La última oportunidad para enfrentar al cambio climático. Adrián Martínez Blanco

En el 2015, al crearse el Acuerdo de París, se conocían los retos y amenazas climáticas que vivimos el día de hoy. Miguel Arias Canete, ex-jefe climático de Europa, lo calificó como la “última oportunidad” para dar respuesta al cambio climático. Esta oportunidad se nos está escapando y deja un rastro de daños y pérdidas en nuestra región.

El apoyo de EEUU, uno de los más grandes emisores históricos de carbono, fue logrado gracias a la eliminación del carácter vinculante del Acuerdo. También, para concretar el acuerdo se tuvo que vetar la posibilidad de discutir en las negociaciones climáticas sobre responsabilidad legal o compensación por los daños y pérdidas que generara el cambio climático.En ese momento, ya se tenía claridad de que el financiamiento climático era inadecuado para implementar el acuerdo y que el compromiso de mantener en 1.5 °C el aumento de la temperatura parecía ambiguo. Los países del sur global sabían que las amenazas de eventos extremos hidrometeorológicos eran una realidad apremiante. Todos estos miedos y debilidades estructurales se materializaron en menos de una década.

EEUU se retiró del Acuerdo de París causando un retraso importante en la acción climática.No existe un mecanismo de financiamiento ni una respuesta estructural de Naciones Unidas para afrontar los daños y pérdidas que sufren nuestras comunidades más vulnerables. El incremento de la temperatura del planeta está cerca de los 1.2 °C y se requeriría una reducción de emisiones del 45% en los próximos 8 años para mantenerse dentro del 1.5 °C. El compromiso de los $100 mil millones de dólares de financiamiento climático no se materializó en el 2020.

Estamos viviendo en los años donde se nos decía que todos los cambios transformacionales deberían darse. Lastimosamente, los únicos cambios que hemos experimentado en todo el mundo, son los efectos devastadores de los impactos climáticos y el deseo irracional de profundizar las causas del cambio climático. En estos días, un equivalente al 73% de la población de Argentina, ha sido afectado por inundaciones en Pakistán. Mientras tanto, Europa y EEUU se enfrascan en un conflicto energético con Rusia por gas, y proliferan los proyectos de combustibles fósiles. Campeones “climáticos” como Alemania ahora afincan su economía en la extracción de más de 1.2 toneladas de carbón de países como Colombia. El vandalismo climático del Reino Unido, abanderado de las negociaciones climáticas, promueve nuevas licencias de extracción de combustible fósil a pesar de una férrea oposición en Escocia.

En este contexto, los países del norte global tienen doble envestidura, controlan el destino de la geopolítica y son mayoritariamente responsables por el daño ambiental transfronterizo que causa el cambio climático. Sin embargo, esto no permite que se adopte una complicidad con la industria de combustibles fósiles ni una pasividad política de parte de nuestros gobiernos. Latinoamérica tiene demasiado que perder por su contexto socioeconómico y particular vulnerabilidad climática.

Esta es la última oportunidad para afrontar el cambio climático que nos está condenando a vivir en un ambiente hostil bajo la sombra constante de eventos extremos y un clima incierto. Requerimos que se materialice el financiamiento climático, tanto para abordar los daños y pérdidas que destruyen nuestro bienestar, como para guiar el desarrollo bajo en emisiones y sustentable que asegura nuestro futuro. En la próxima cumbre climática de Naciones Unidas COP27, la región debe consolidar un reclamo común y contundente. Para salvaguardar la dignidad y el futuro de Latinoamérica, es urgente un giro hacia la justicia climática y un abordaje basado en derechos humanos.