La Carta de los pueblos. Hernán Sorhuet Gelós

Así podría denominarse la Carta de la Tierra, considerando que esta valiosa iniciativa -originalmente de Naciones Unidas- creció y se desarrolló como una propuesta de la sociedad civil a escala planetaria. Las conferencias mundiales de Estocolmo (1972) y Rio de Janeiro (1992) jerarquizaron a los temas ambientales como base del desarrollo, como aspecto clave para mejorar la calidad de vida de los seres humanos.
Amplios consensos existieron en torno a la importancia de imponer una visión global a los asuntos vinculados con el desarrollo, que desplazara a las perimidas y arraigadas visiones parciales, identificadas como una de las principales causas de la crisis socio-económico-ambiental registrada en todos los continentes.
Lograr buenos indicadores económicos no alcanzaba para combatir con éxito la pobreza, asegurar la salud ambiental de los ecosistemas en los cuales se desenvuelven los pueblos, garantizar el respeto de los derechos humanos, la democracia y la convivencia en paz. Por lo tanto, las estrategias de desarrollo de los gobiernos no pueden priorizar lo económico descuidando lo demás. Hay que buscar un razonable equilibrio, que jerarquice el interés general.
Una buena síntesis de este nuevo pensamiento, quizás se pueda encontrar en el concepto de desarrollo humano sustentable, propuesto de manera incipiente por el Informe Brundtland (1987).
En las últimas dos décadas se han operado algunos cambios en el ejercicio del poder y la participación ciudadana, con avances en materia de gobernanza, porque se impone la necesidad de que, en las decisiones importantes, estén contempladas las necesidades de las mayorías.
A partir de la Declaración de Rio sobre Medio Ambiente y Desarrollo (1992) se hizo evidente la necesidad de contar con una guía de principios y valores –y también de aspiraciones- que ayude a reencauzar la actual dirección de las sociedades.
Dos años después comenzó a materializarse esa idea, jerarquizándose las consultas a un amplio universo de organizaciones, instituciones y especialistas. Dio sus frutos en 2000 con la versión final de la llamada Carta de la Tierra.
Consta de enunciados organizados en 4 principios: 1) Respeto y cuidado de la comunidad de la vida; 2) Integridad ecológica; 3) Justicia social y economía; 4) Democracia, no violencia y paz.
Es el resultado de un proceso serio que debería ser tomado en cuenta por los gobiernos a la hora de formular políticas y planes de desarrollo, pues puede contribuir a construir una sociedad sustentable, más justa, racional, equitativa y pacífica. Si se analiza su contenido queda claro que propone una visión de esperanza y un llamado a la acción.
Uno de sus innovadores aportes es que intenta inspirar en todos los pueblos, un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad compartida –pero, desde luego, diferenciada-. Parece inevitable que hablar de “sociedad global” genere muchas resistencias, por lo atávico que resulta la idea de singularidad social y cultural. Pero el concepto va por otro lado. No se trata de homogeneizar pueblos sino de madurar la idea de una ciudadanía planetaria, porque la Tierra es el único hogar que comparte la humanidad.
Como promueve cambios en valores, estilos de vida e instituciones, estamos convencidos de que debería considerarse una herramienta educativa de amplio uso.

Columna publicada en el diario EL PAIS de Montevideo el  14.1.2012