¿Aportará algo la COP26 de Glasgow? Juan Carlos Sánchez M.

El próximo mes de noviembre tendrá lugar la Conferencia mundial de Naciones Unidas sobre el cambio climático numero 26 (ya se cumple más de un cuarto de siglo de estas negociaciones entre los países) en Glasgow, y todo apunta a que será una reunión cumbre más. Recordemos que la reunión pasada, la COP25 de Madrid en 2019, fue un fracaso, a un punto tal que lo más relevante fue el discurso de la niña activista Greta Thunberg, y las declaraciones del Secretario General Antonio Guterres, quien dijo estar decepcionado por lo poco que se logró. Para esta COP26 lo que se espera es que los países presenten sus respectivos planes de Acción Climática, lo cual es algo que ya han anunciado varios países, haciendo énfasis en sus metas de “neutralidad carbono” para el 2050, y muy poca o ninguna información acerca de lo que se proponen hacer en el futuro inmediato. Asimismo, ponerse de acuerdo acerca de los mecanismos de mercado para reducir las emisiones. 

Esta COP26 tendrá lugar en un momento en que la visión que se tiene del cambio climático parece haber cambiado repentinamente en los últimos meses. Desafortunadamente se trata de un cambio para mal, con perspectivas de que el cambio climático se convierta en una pesadilla. Estamos presenciando como los acostumbrados informes acerca del estado del conocimiento del clima, producidos periódicamente por el Panel de Expertos de Naciones Unidas (IPCC), que muestran escenarios catastróficos para finales del siglo, tienden más bien a hacerse contemporáneos, porque han comenzado a materializarse bastante antes de lo previsto. Lo que se presentó en esos informes como posibles escenarios futuros derivados de los modelos de simulación del clima planetario, comienza a aparecer como la realidad actual en los medios informativos. Ya se han registrado temperaturas de 50 °C y más en ciudades del Medio Oriente, Pakistán e India, y una reciente ola de calor hizo que se acercaran a estos valores regiones de Estados Unidos, Canadá y España. A ello se añaden las lluvias intensas con crecidas de ríos devastadoras en Europa, Japón y China, e incendios de grandes proporciones en Estados Unidos y Australia.

No resulta difícil vislumbrar lo que vendrá después como consecuencia del aumento de la frecuencia de estos eventos: en primera instancia veremos una pérdida de productividad agrícola en varias regiones, conducente a situaciones de inseguridad alimentaria, incertidumbres en el acceso al agua y migraciones cada vez más numerosas, principalmente saliendo de los países más pobres. A ello habría que añadir también la degradación y destrucción de ecosistemas y la proliferación de enfermedades infecciosas. Todo esto ya ha sido ampliamente estudiado, evaluado y documentado científicamente, y luego compilado ordenadamente por el IPCC, pero no se esperaba que tales impactos comenzaran a manifestarse tan pronto. Sin embargo, no debería ser una sorpresa, porque cuando observamos que la concentración de dióxido de carbono en la atmosfera ya ha alcanzado 420 ppm, basta recordar que este mismo valor se alcanzó durante el Plioceno, hace más de 4 millones de años, y en esa época la temperatura media era entre 2 y 3 °C más elevada que los valores previos a la industrialización. La consecuencia de esto es que resultaría ya inevitable que ocurra una multiplicación de los impactos climáticos en los próximos años.

Esta situación está haciendo que la posición de las instituciones de los países cuyos gobiernos están conscientes de la gravedad del cambio climático este cambiando. Así, vemos como la Agencia Internacional de Energía ha sugerido dejar de explotar nuevos yacimientos de carbón e hidrocarburos, aunque no por ello las inversiones en petróleo se hayan reducido significativamente aún. El Tribunal Constitucional le impuso al gobierno federal de Alemania llevar la reducción de las emisiones de gases de invernadero de ese país del 55 al 65% para 2030, el Consejo de Estado en Francia le dio un plazo de 9 meses al gobierno para que presentara un plan coherente de reducción de emisiones de 40% para el 2030, y la Agencia Europea de Medio Ambiente ha comenzado a hablar nada menos que de la necesidad de una forma de decrecimiento. Mientras tanto, en Estados Unidos, a pesar de los anuncios e iniciativas de la nueva administración del presidente Biden, las posiciones enfrentadas del bipartidismo siguen prolongando el estancamiento de las decisiones políticas. Por su parte, las posiciones de India y China no han cambiado en por lo menos los últimos 20 años: sus emisiones de gases se mantienen al alza, principalmente en China, que habitualmente asiste a todas las cumbres para anunciar políticas y medidas de reducción de emisiones que va a sumir en el futuro con grandes inversiones, pero cuyos resultados no se han reflejado en las estadísticas en décadas; todo lo contrario sus emisiones han crecido tanto que ya representan la tercera parte del total mundial. En el ámbito comercial, la Unión Europea anunció que comenzará a discutir la adopción de un impuesto al carbono en sus fronteras. Todos sabemos el tiempo que pueden tomar las deliberaciones para que sea aprobado este impuesto por todos los países europeos, si es que acaso se alcanza algún acuerdo.

La conclusión es que a pesar de tener ya al cambio climático respirándonos sobre el hombro, persisten poderosos intereses económicos y políticos, que siguen siendo exitosos en lograr que no se haga nada para enfrentar este grave problema, haciendo que el camino hacia un mundo que se adapte a la alteración del clima sea cada vez más largo, difícil e incierto. Siendo estos los precedentes, sería ingenuo esperar que algo vaya a cambiar de manera sustancial como resultado de la COP26.