Pésimo negocio. Hernán Sorhuet Gelós.

Aunque el estilo de vida impuesto en nuestros países está nítidamente dirigido al consumo –con la promesa de que es la fuente de satisfacción de las necesidades que conducen a la felicidad- cada vez se hace más evidente que por ahí no vamos “a buen puerto”. La crisis socio-ambiental que se evidencia a cada paso constituye una ruidosa alarma que no se quiere escuchar. Recién ahora, con la violenta irrupción en escena del cambio climático, los ciegos comienzan a ver.
Algo importante hay que hacer si se pretende revertir una tendencia tan peligrosa. La dificultad mayor está en que implica realizar una revisión profunda de las modalidades de consumo, de las estrategias de producción, y de la forma de utilizar los ecosistemas, sin claudicar en la mayor batalla ética a librar: eliminar la pobreza y la marginación.
Como la sociedad parece estar muy bien entrenada para analizar la realidad a través del cristal de la economía, aprovechemos esta tendencia para reforzar argumentos. Existe un trabajo muy valioso conocido por Informe Stern (Reino Unido, 2006). Es la principal investigación sobre la economía del cambio climático que se ha realizado hasta ahora.  
El Informe examinó la información disponible relativa a las consecuencias económicas del cambio climático, estudió los retos para llevar la economía a modelos de baja emisión de carbono, a la adaptación a los cambios impuestos por el calentamiento global, pero desde luego considerando el asunto como un problema mundial y no local. “El cambio climático amenaza los elementos básicos de la vida humana en el planeta, como el suministro de agua, la producción de alimentos, la salud, el uso de la tierra y el medio ambiente”.
En él se afirma que el cambio climático representa un reto único para la economía, pues ha dejado en evidencia que es el mayor y más generalizado fracaso del mercado jamás visto en el mundo. “Por consiguiente, el análisis económico debe ser global, abordar las consecuencias a largo plazo, estudiar a fondo la economía de los riesgos e incertidumbres y examinar la posibilidad de cambios importantes y no marginales”.
Una de sus principales conclusiones es que los beneficios de la adopción de medidas prontas y firmes sobre el cambio climático superarán con creces los costos. En otras palabras, cuanto más demoremos en “meter el bisturí a fondo” en el terreno de la economía, mayores serán los costos materiales. Por lo tanto, lo que se invierta en mitigación de emisión de gases de efecto invernadero debe entenderse como una inversión para aspirar a un futuro mejor.
Por el carácter global y complejo del fenómeno, combatirlo exige valentía, imaginación, creatividad, sacrificio y mucha responsabilidad. Para comprender un poco mejor esta afirmación basta pensar que será necesario cambiar en forma radical la matriz energética que utilice la humanidad a gran escala. Los combustibles fósiles seguirán usándose por mucho tiempo, pero hay que comenzar a verlos como tecnología obsoleta que requiere ser reemplazada. Desde luego, el desafío es ciclópeo.
No será nada sencillo modificar estructuras mentales firmemente arraigadas en la sociedad, que nos han alejado peligrosamente de la comprensión de ese dinámico sistema fisiológico al que Jame Lovelock llamó Gaia, capaz de mantener a nuestro planeta apto para la vida.

EL PAIS; Montevideo, 7 de Octubre de 2009
Hernán Sorhuet Gelós