Parque Nacional Morrocoy a pocas leguas de su destrucción. Ariana Guevara

Esta área protegida de más de 32.000 hectáreas sufre, desde hace décadas, los estragos del maltrato humano y la indiferencia de las autoridades. Y como resultado: basura, aguas contaminadas, mangles deforestados y arrecifes muertos. Pese a todo, la naturaleza aún muestra su belleza. Por ahora

Allá, en frente, el mar se agita poco: el agua se muestra nítida, mansa, dócil incluso en este día lluvioso. Un poco más acá, en la entrada del sector Coco III, el paisaje cambia. En la arena y en las raíces de los mangles se nota la huella ingrata de la presencia humana. En esa área protegida —señalizada con un letrero de madera que dice “No pase. Zona de protección y conservación del mangle”— hay bolsas, vasos de plástico, latas, botellas y más desperdicios. Entre las maravillas naturales y la basura, el Parque Nacional Morrocoy es un lugar de contrastes.

El panorama se repite en prácticamente todo el balneario, al que se llega después de atravesar el pueblo de Tucacas, en el estado Falcón. Este es apenas un sector del parque, que fue creado en 1974 y cuenta con un total de 32.090 hectáreas, con zonas marítimas, terrestres e insulares. Ese día, Furvin Rodríguez, guardaparques del Instituto Nacional de Parques, recorre a pie los 3 kilómetros de costa, desde La Aduana hasta Sánchez. Recientemente, dice, hicieron un operativo de limpieza por el Día Mundial de las Playas, pero lo normal es que haya basura: “Siempre hemos tenido luchas con la gente que viene, porque hacen parrillas en la arena, deforestan el mangle, prenden fogatas en las raíces y botan los desechos en cualquier lugar”.

Es sábado por la mañana y un camión de basura pasa por el estacionamiento, cargado de bolsas plásticas. Pero no es suficiente. Esta zona está sucia —aunque Rodríguez dice que hace 13 años estaba peor. “Nosotros tratamos de mantenerlo, pero hacen falta guardaparques. Aquí hay tres, pero deberían ser seis o siete. En algunos cayos hay uno, cuando tendrían que ser dos; y en otros no circula nadie”, se lamenta.

Un bombero forestal, que prefiere resguardar su identidad, dice que se ve poco mantenimiento: “Todos los lunes la gente de Inparques recoge lo que está en los mangles, pero no se dan abasto. Yo he trabajado prácticamente en todo el país, y esto no parece un parque nacional”.

Esa obligación de mantener la limpieza —que se establece en el Plan de Ordenamiento y Reglamento de Uso, publicado en la Gaceta Oficial 4.911, en 1995— tampoco se cumple en el cayo Varadero. Desde una punta apartada de los toldos y sillas, se ve un paisaje desolador: bolsas de basura y desechos a lo largo de la orilla. En el mangle hay zapatos, latas, tenedores de plástico y una estructura de metal oxidado que parece una nevera. Los cangrejos caminan con prisa sobre estos que les son extraños —o no.

Eulogio Gómez, heladero y entusiasta de la limpieza de la playa, dice: “Inparques recogió esa basura antes de agosto, pero no se la llevó. Se trata de un trabajo difícil porque a este pedazo de tierra sólo se puede llegar en peñero”. “Además de la cantidad de basura que puede producir una persona al día —entre 0,8 a 1,2 kilos— también se trasladan desperdicios de otros lugares, pues todas las corrientes se concentran allí”, explica Samuel Narciso, director del Centro de Investigación y Atención Comunitaria de la Fundación para la Defensa de la Naturaleza en Chichiriviche. “El Día Mundial de las Playas trabajaron 250 voluntarios, pero no se pudo sacar lo recogido. Este debe ser un trabajo mancomunado y exhaustivo”, dice.

Más allá de la vista

En octubre de 2013, el ministro de Turismo, Andrés Izarra, habló sobre el desarrollo de un proyecto para la recuperación de Morrocoy, que incluía el cierre temporal del cayo Boca Seca —al que se opusieron lancheros y habitantes de la comunidad. A eso se suma un plan de ordenamiento para la costa oriental de Falcón, que está en proceso de consulta. En esa ocasión, el funcionario dijo:

“Estamos sobreexplotando el Parque Nacional Morrocoy, que está en riesgo de perderse si seguimos con el turismo depredador, que no respeta el mangle, los corales ni la playa”. Agregó que, de seguir con esas prácticas, al parque no le quedaban más de 20 años de vida.

El daño es grande y, a veces, invisible. Los estragos también se hacen sentir en el agua: hay estudios que revelan el grado de contaminación del mar en el parque. Uno de ellos, realizado por investigadores de la Universidad Simón Bolívar (USB) entre 2000 y 2001, y publicado en 2011, señala que muestras de agua provenientes de 19 puntos presentaban concentraciones de cadmio, cobre, plomo y zinc superiores a las recomendadas por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos. Esto se podía relacionar con las lluvias de 1999 que afectaron la química de los sedimentos, o con la acción humana, especialmente por la producción de fertilizantes en la zona.

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