¿Para qué sirve un parque urbano? Parte 1. Alejandro Álvarez

Acaba de pasar el “Día del Árbol”, la fecha ambiental más antigua de Venezuela, con su colección de pequeñas actividades con las cuales escondemos que somos uno de los países con mayor tasa de deforestación en América Latina (1)

Esta destrucción no sólo está ocurriendo en las áreas naturales, sino también hacia el interior de nuestras ciudades, en las cuales sus áreas verdes se van reduciendo a un mínimo testimonial.
Algunas personas consideran que este problema es una preocupación menor frente a los graves problemas sociales que sufre la población.

Vale entonces preguntarse ¿es realmente importante mantener y  proteger espacios  arbolados en las ciudades?

En este texto quiero presentar algunas razones que pueden justificar que los ciudadanos exijamos a los gobiernos locales que no sólo mantengan los parques urbanos, sino que desarrollen políticas efectivas para incrementar las áreas verdes en cada una de las zonas de la ciudad. En una segunda entrega hablaré de las consecuencias individuales, sociales y culturales del empobrecimiento biológico de las ciudades, principalmente sobre los niños.

El tránsito de los niños libres – a los niños enjaulados
“Nuestros niños son parte de un vasto experimento –  al ser la primera generación que se está criando sin tener contacto significativo con el mundo natural” Bill McKibben.

Mi niñez estuvo ligada a zonas verdes urbanas y libros. En el centro de ese recuerdo están muchos patios, jardines, plazas, parques y mucho terreno sin construir donde la vegetación y los niños crecíamos de forma silvestre.

Durante ese período de mi vida, me subí a árboles, fui picado por avispas, recogí piedras interesantes, observé la actividad de las hormigas, exploré la vida dentro de un charco, capturé una pequeña serpiente, encontré huevos de lagartijos, me escondí en un bosque, corrí “perseguido” por un murciélago enorme, comí frutas caídas de un árbol, ensayé probar cosas que no debía (jamás muerdan una hoja de malanga) y muchísimas cosas más. Todo eso dentro de los límites de una ciudad.

No se cómo influenciaron esas experiencias en mí, o si ellas me llevaron a ser lo que ahora soy: un educador ambiental y ambientalista. Pero en cualquier caso me llevaron a desear que muchos niños tuvieran la misma oportunidad de contactar con la naturaleza de manera directa y espontánea. Pero para ello se necesitan muchos parques, muchas plazas, muchos árboles.

En los últimos años, los parques urbanos no han corrido con mucha suerte en nuestras ciudades venezolanas: La mayoría sufre de diferentes grados de desidia o abandono. A ello se une que muchos de ellos han sufrido vandalismo, invasiones, mutilación  e incluso de eliminación con fines presuntamente “sociales”. Por su parte, las aceras no han tenido mejor suerte y se han convertido en largos cementerios de lo que alguna vez fueron calles arboladas.

Caracas, la ciudad que alguna vez fue famosa por sus brillantes colores naturales, al ser transformada para albergar a más personas se hace cada día más gris, más rígida, más hostil, paradójicamente más inhumana.

Sin parques, ni otras áreas verdes, muchos de sus  niños ahora sólo viven en el mundo virtual de las tres pantallas: el televisor, el juego de video y la computadora. Habitando en espacios cada vez más artificializados, enclaustrados y restrictivos. Son niños enjaulados. Niños sin árboles.

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