No dejemos de celebrar. Alejandro Luy

Suponga que es el día de su cumpleaños y usted se encuentra hospitalizado porque ayer sufrió un accidente de tránsito que le produjo la fractura de la cadera y la tibia, o lleva una semana de reposo a causa de una operación del corazón. Le pregunto: usted celebraría su onomástico.

He traído éste ejemplo en víspera de la celebración de otra fecha relevante para el movimiento ambiental y la salud del planeta, el Día Mundial del Ambiente, y el frecuente cuestionamiento que muchos ciudadanos hacen durante estas conmemoraciones conscientes del gran deterioro ambiental en Venezuela y el mundo, y las consecuencias que esto tiene sobre la calidad de vida.

Recuerdo que en una oportunidad un medio impreso de circulación nacional titularon el editorial del 5 de junio “Nada que celebrar” y a partir de allí empezaron a enumerar la ristra de problemas ambientales presentes en el país; todos ciertos, lamentablemente.

En el fondo pareciera que hablar de celebrar implica un desconocimiento de la realidad ambiental; algo así como voltear la mirada para no darnos cuenta de los problemas.  Creo que para muchos ciudadanos, comunidades, universidades y para las ONG ambientales que en número de cientos laboran en el país no les es extraño el contexto actual porque lo viven diariamente e intentan revertir desde sus capacidades – mínimas – situaciones relacionadas con la basura, la disponibilidad y la calidad del agua, la venta ilegal de animales silvestres, la deforestación, la contaminación con mercurio o agroquímicos, la invasión a parques nacionales, entre muchas otras.

Pero lo anterior no ha sido motivo para dejar de celebrar.  ¿Cómo? Las acciones son muy variadas: desde cartas y comunicados a gobernantes y administradores, protestas pacíficas, recuperación de espacios, foros y talleres orientados a la formación de distinto público, marchas y desfiles que involucran a estudiantes y escuelas, dando a conocer nuevos mecanismos para fomentar el conocimiento y la valoración del entorno y sus componentes, y un largo etcétera. En otras palabras se celebra para diagnosticar y evidenciar problemas, ofrecer soluciones, instar a los distintos niveles de gobierno a que actúen, y – no menos importante – difundir información sobre riquezas, proyectos y potencialidades para movilizar al ciudadano.

Grave es que no se usen estas fechas para celebrar, desaprovecharlas para la educación ambiental de todos los ciudadanos del país, incluyendo los encargados de su administración. Para ejemplificarlo tomemos el caso de la Convención Ramsar de la cual Venezuela es signataria, y su representante es el Ministerio del Ambiente.  En el marco de ésta convención se celebra cada 4 de febrero el Día Mundial de los Humedales, y se promueven actividades en los 167 países firmantes.

Al revisar las actividades reportadas por Venezuela en la celebración de ese día durante los últimos diez años, pareciera que el tema no tuviera relevancia para el país donde abundan los manglares, lagunas, lagos, esteros, costas y deltas.  Para los años 2011, 2012 y 2013, no hay reporte de actividades; en 2010 hubo dos, en 2009 uno y en 2008 tres.  Esas seis actividades las ejecutaron ONG ambientales.  Entre 2003 y 2007 se reportaron 19 actividades (entre 3 y 6 actividades por año) y de todas estas solo una la reportó un organismo de gobierno (que no fue el Ministerio del Ambiente), las otras fueron iniciativas de ONG y universidades.

Pocos días al año, en las fechas ambientales, los ciudadanos y las organizaciones preocupados por los recursos naturales, tienen el escenario y sus luminarias para decir algo relevante ante un público clave para producir cambios en la relación hombre-naturaleza.  Algo relevante sobre lo que trabajan durante el resto de los días del período.

En Venezuela el 5 de junio, Día Mundial del Ambiente, estaremos en el hospital celebrando, porque motivos no faltan.

 

Alejandro Luy