11 de agosto de 2016.
En la cuenca del río Caura conviven indígenas, criollos, militares, sindicatos y minería. Los pueblos originarios de esta región del país tienen veinte años esperando el título de demarcación que contempla cuatro millones de hectáreas. Un nuevo megaproyecto para el desarrollo de minería a gran escala, que convoca a empresas mineras transnacionales, amenaza con desplazarlos finalmente de sus territorios.
Es sábado por la noche en El Playón. Los yekuanas y sánema reunidos debajo del Öttö, casa comunal de forma circular, esperan a los representantes del Gobierno. Estos indígenas provenientes de 24 comunidades, de las 49 que se ubican en El Caura, han sido convocados a la 20º Asamblea de la Organización Kuyujani, y ya tienen casi cuatro días discutiendo sobre las distintas problemáticas que los afectan en su territorio ancestral. Pero, sin duda, lo que más les preocupa es la potencial amenaza que implica la creación de la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco, que comprende una superficie de 111.843, 70 kilómetros cuadrados, lo que equivale a 12 % del territorio nacional.
Para llegar a El Playón, lugar donde los yekuana y sánema están desarrollando su asamblea anual, es preciso salir de Ciudad Bolívar a Maripa, un pueblo que ha crecido por la minería, en un recorrido de aproximadamente tres horas por carretera, y luego navegar 220 kilómetros contracorriente por el río Caura en latón, una curiara de metal, aproximadamente once horas, dependiendo de la potencia del motor, el nivel del agua, y la carga.
Al principio solo es vegetación de lado y lado de este río de aguas oscuras por los ácidos húmicos de la selva. Una de las primeras comunidades que aparece es Aripao, un poblado de cimarrones, donde predomina la plantación de Sarrapia, un árbol que sirve para realizar remedios, perfumes y jabones. Después de aproximadamente una hora y media y del primer punto de control en Jabillal, el ambiente comienza a cambiar. Del agua emergen rocas y entre ellas aparecen los raudales, corrientes más fuertes que forman pequeños remolinos de agua. Su bravura y espuma acompañan por un buen rato el recorrido sinuoso del latón. Toda la velocidad está en el agua, que lleva a su ritmo. Pronto las mariposas amarillas comienzan a salir de los bosques. Dos horas y media después, en el raudal cinco mil, emerge una piedra enorme con una estampa en su superficie rugosa: Amelia, alcaldesa del municipio Sucre. La Serranía de Maigualida también se presenta imponente y azul a la distancia. “Dicen que ahí están las FARC”, suelta uno de los yekuana que va en el latón.
A lo largo del recorrido por el tercer río más importante de Venezuela –por su caudal– y el segundo principal tributario del río Orinoco, aparecen comunidades criollas, yekuana, sanema, piapoco, kurripaco, pemón, jivi o guajibo, en poblados como Payaraima, Puerto Cabello, Las Trincheras, La Poncha, La Ceiba, La Fortuna, Boca de Ninchare, y Surapire. También se observan pequeñas excavaciones en la orilla del río y distintas personas, indígenas y no indígenas, con sus bateas removiendo trozos de tierra y agua para ver si encuentran alguna grama de oro. “Toda el agua del Caura está contaminada”, dice Saúl López, comunicador indígena y miembro de la Organización Kuyujani, y luego hace referencia a los altos niveles de mercurio que encontraron en mujeres yekuana en un estudio realizado entre 2011 y 2012 por la Fundación La Salle y la Universidad de Oriente, con el apoyo de esta organización indígena.
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