La contaminación no toma vacaciones. Sergio Antillano

El paréntesis escolar hace que millones de niños y jóvenes queden sin agenda obligada, por meses. Los docentes y otro personal educativo también hacen un prolongado alto en su labor. Y a ellos se unen cientos de miles de parientes que sincronizan sus vacaciones con el calendario de los involucrados en la educación. El país está de vacaciones…

En la búsqueda feroz de un lugar a donde ir, millones se lanzan a la naturaleza, o al menos, lejos de su casa y la rutina urbana, del aire plagado de CO2, ruidos, apagones y alienante tráfico. Buscan un Ambiente estimulante, sano y vital, sin contaminación. Quieren disfrutar de uno de los doce países del mundo con mayor diversidad biológica, Venezuela. Y es entonces que evidencian, que esa descollante naturaleza nuestra, está bajo acoso y deterioro constante por la débil formación ambiental ciudadana y la ausencia de sistemas efectivos de protección y control de áreas naturales. Actividades contaminantes se realizan impunemente en espacios naturales del país que en período vacacional reciben la más elevada presión de uso, de todo el año.

El Caribe baña los más de tres mil kilómetros de nuestra costa marina. Muchos usuarios dejan en playas de ese litoral, residuos sólidos, contaminación que “se ve”;…pero lo esencial es invisible a los ojos. Bellas playas de esa zona, no son “aptas para contacto humano” por altos niveles de bacterias en sus aguas, y año tras año, no cambian su clasificación de NO APTAS. Alguien no está haciendo su trabajo. Aguas negras siguen llegando al mar, sin tratamiento, tornando playas en pozos sépticos. Los coliformes fecales en el agua, no se ven, pero impactan la salud de quienes las usen. La situación de las playas es grave en todo el país…pero no se nota. Por ejemplo, en el Lago de Maracaibo, el más grande de Suramérica, no hay una sola playa apta y la superficie de sus aguas está cubierta por el manto mortal de la Lemna, síntoma de eutroficación acelerada por exceso de nutrientes…o sea, contaminación. Aunque viven a orillas de un espejo de agua de diez y seis mil kilómetros cuadrados, los zulianos deben emigrar para disfrutar de playas y aguas de calidad.

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