Cuando en 1825 el alemán Johann Baptist Spix (1781-1826) usó la palabra “Caiman” como nombre genérico para la baba, cavó un hueco donde progresivamente el significado original de dicho término ha vendido siendo sepultado. El vocablo “caimán” (esta vez con acento) era usado por pobladores indígenas mucho antes del arribo de los europeos al continente que sería conocido luego como América. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) indica que ese término proviene del taíno “kaimán”. Los tainos era el pueblo indígena que ocupaba las islas de Cuba, Española, Jamaica y otras islas de Las Antillas, lugares donde las únicas especies autóctonas del orden Crocodilia pertenecen al género Crocodylus. Con seguridad cuando los taínos decían “kaiman” se referían a la especie que en la actualidad se conoce con el nombre científico de Crocodylus acutus. Es también a partir de esta especie que se origina el nombre de las actuales islas Cayman.
Por otra parte, el DRAE define al caimán como “Reptil del orden de los Emidosaurios, propio de los ríos de América, muy parecido al cocodrilo, pero algo más pequeño, con el hocico obtuso y las membranas de los pies muy poco extensas”. Esa descripción se corresponde con lo que en Venezuela llamamos baba o babilla, y que en su amplia área de distribución original (que no incluía a ninguna de las islas antillanas antes mencionadas) es conocido como yacaré, jacaré-tinga, lagarto blanco, guajipal y muchos otros nombres. Pero, ¿Cómo es posible que los taínos le hayan dado nombre a la baba, una especie que no conocían?
No sólo los taínos, sino también muchos otros grupos aborígenes del tronco conocido coloquialmente como caribe, usaban sin duda la palabra caimán para referirse a C. acutus, así como a la especie de cocodrilo que habita en la cuenca del Orinoco (Crocodylus intermedius). Los colonizadores españoles adoptaron ese vocablo y en las obras de cronistas e historiadores coloniales como por ejemplo Fray Jacinto de Carvajal (1567-?), José Gumilla (1686-1750), Fray Salvador Gilij (1721-1782), Antonio de Alcedo (1735-1812), entre otros, se usa de manera inequívoca el término caimán para referirse a los grandes cocodrilos y, en ningún caso, a la baba. Otra evidencia de que la palabra caimán se usaba de manera exclusiva para referirse a los cocodrilos, son los numerosos toponímicos como “Punta caimán”, “Paso caimán”, “Puerto caimán”, “Playa caimán” o, simplemente “Caimán”, dispersos a lo largo de la geografía de los países bañados por el mar Caribe, en muchos casos en lugares donde la presencia de babas es improbable, por no decir imposible.
Afortunadamente, todavía en la literatura técnica publicada en español en nuestro país, se hace referencia a C. acutus y C. intermedius de Venezuela como caimán de la costa y caimán del Orinoco, respectivamente. Pero la coincidencia entre el nombre científico adjudicado a la baba (Caiman crocodilus) y el nombre común de nuestros cocodrilos confunde a muchas personas. Esto es especialmente notorio en los documentales que transmiten por la TV, particularmente aquellos traducidos del inglés al español.
Hay razones culturales para insistir en el uso de la palabra caimán para referirse exclusivamente a los grandes cocodrilos de Venezuela Crocodylus acutus y Crocodylus intermedius. Existen numerosos refranes, dichos, cuentos y canciones en que se hace referencia a los caimanes, no solo en Venezuela, sino también en otros países caribeños. El caimán que se va para Barranquilla no puede ser otro que un “caimán aguja” como llaman al caimán de la costa (C. acutus) en Colombia. El “espanto del Bramador”, temible caimán descrito por Rómulo Gallegos en Doña Bárbara, de cuyas “victimas –gentes y reses- se había perdido la cuenta” no puede ser confundido jamás con una inofensiva baba. A nadie se le puede ocurrir que el caimán cebado de “más de una cuadra” que se comió a Mercedes, en la canción de Simón Díaz, pueda ser relacionado con una pequeña baba, que difícilmente representa algún peligro para los seres humanos.
Como conservacionistas nos interesamos no solo en la preservación de genes, poblaciones y especies; la conservación de la diversidad cultural también es un asunto que nos atañe. Soy realista y sé que las poderosas fuerzas de la televisión, el cine y la internet quizás obliguen, en un futuro que deseo muy lejano, a usar la palabra cocodrilo, en vez de caimán, cuando tengamos que referirnos a las especies del género Crocodylus de nuestro país, pero no seré yo quien contribuya con la aceleración de ese proceso de pérdida cultural.
Alcedo, Antonio de. 1789. Diccionario geográfico histórico de las Indias Occidentales o América. Madrid, Imprenta de Manuel González.
Carvajal, F. J. 1956 [1648] Jornadas náuticas continuadas por el capitán Miguel de Ochogaguía en el descubrimiento que hizo del celebrado río Apure. Edime, Caracas-Madrid.
Gilij, F.S. 1782. Ensayo de Historia Americana, 2da ed., Caracas.
Gumilla, J.S. 1745. El Orinoco Ilustrado y Defendido. Biblioteca Nacional de la Historia, Caracas.