Nota:
Edgardo García Larralde es miembro de Consejo Superior de Fundación Tierra Viva, y uno de los fundadores.
¿Cuántas cosas se han intentado en Venezuela y han fallado en su consolidación? La respuesta sería una cuenta abultada de errores y omisiones. Quizás soñamos que no habría de llegar el momento de los cobros. Vana ilusión, pues ha llegado. Y el peor de ellos sería una guerra civil. Ya el gobierno —Diosdado Cabello, Aristóbulo Istúriz, Elías Jaua— banalizan el término, en lo que podría ser un elemento coadyuvante que desencadene el horror. Estamos pisando un terreno muy peligroso.
En esta ocasión, quien desglosa las causas del conflicto político y la crisis sistémica que desgarra a Venezuela es Edgardo García Larralde. Sin duda, un rara avis. Licenciado en Ciencias Biológicas por la universidad McGill de Montreal, giró muy pronto a un mundo más conflictivo. Obtuvo una maestría en Economía (Planificación y Gerencia en Desarrollo Social), en la Universidad de Gales, Gran Bretaña. Su trabajo en diversos entornos geográficos y distintos países (Irán, Rusia, Perú, entre otros), pasa muchas veces por la resolución de conflictos, marcados por la desconfianza y la sospecha.
García Larralde ha mostrado interés en la propuesta que le hacemos desde Prodavinci. Indagar en las patologías de la sociedad venezolana, para comprender lo que estamos viviendo. Somos una sociedad de desencuentros, marcada por la búsqueda de soluciones mágicas, imbuida, además, en el militarismo más ramplón. Necesitamos un liderazgo esclarecido que se proponga abordar, además de la coyuntura, los retos y desafíos que tenemos por delante. ¿Cuándo nos vamos a enfrentar con el problema de la productividad, como sociedad, como individuos? Ahí es donde la política se convierte en un esfuerzo colectivo por alcanzar objetivos jerarquizados, en una pedagogía que no necesariamente es popular, pero contribuye a lograr resultados tangibles. “Dejar de decir que somos ricos, porque no lo somos”, sostiene García Larralde.
¿Cómo caracterizaría la situación actual del país?
Creo que Venezuela vive una profunda crisis, no sólo política y económica, sino de dimensiones históricas. Estamos pagando viejas facturas que se han venido acumulando. Este momento es muy importante, entre otras cosas, porque entraña enormes riesgos, pero también grandes oportunidades. El fracaso de la llamada revolución bolivariana es mucho más que el fracaso del chavismo, del gobierno o de Maduro. Es el fracaso de la sociedad venezolana. Hay muchos fracasos encerrados en todo esto. Y para construir algo distinto tenemos que buscar, que indagar, en la raíz de estos problemas.
El organismo social tiene varias patologías, varias enfermedades de las cuales nadie habla. Pero si no se identifican, si no se abordan no vamos a lograr el cambio que tanto necesitamos. Ya se esbozan una serie de medidas económicas inmediatas. Pero eso no es suficiente. ¿Usted que cree?
Sacaste esas palabras de mi cabeza, es la tesis que yo vengo sosteniendo desde hace tiempo. He dicho que Venezuela es una sociedad enferma. Yo no soy sociológico ni experto en la materia, pero soy un lector voraz de los asuntos que me conciernen, que me apasionan y la experiencia de haber trabajado en distintos contextos socioculturales, en situaciones de conflicto y de resolución de conflictos, me han ayudado a entender muchas cosas. Hablando de sociólogos, hay uno canadiense, Cristopher Powell, que define a la sociedad no como una estructura o conjunto de estructuras, sino como una serie de relaciones que forman configuraciones cambiantes, dinámicas, redes. Esa forma relacional es muy importante para entender lo que está pasando. La sociedad venezolana, vista en esos mecanismos, en esos modos de producción de las relaciones, es donde reside nuestra enfermedad fundamental. Ciertamente, hay varias patologías, pero es en el proceso de relaciones donde encontramos la más primaria de ellas. Venezuela es una sociedad de desencuentros. Mario Briceño Iragorry, en su famoso ensayo, Mensaje sin Destino, decía. Nosotros no somos propiamente una comunidad, no llegamos a formar una comunidad, desde el punto de vista espiritual, de compartir valores y yo creo que esa es nuestra historia. Ciertamente, esta es una sociedad de desencuentros.
¿Qué implicaciones tiene esa enfermedad primaria? ¿Cómo se expresa socialmente? ¿Cuáles son los síntomas?
Cohabitamos un territorio, pero realmente ni nos conocemos, ni nos reconocemos. La indiferencia y a veces la sospecha ha sido el carácter fundamental de las relaciones entre nosotros.
A partir de esa tara que nos atraviesa, es muy difícil construir una sociedad de valores, es muy difícil construir una institucionalidad. La sociedad venezolana está fragmentada política y socialmente. ¿No es eso lo que ha emergido desde lo más profundo?
Si vemos el futuro desde una perspectiva optimista, nos va a tocar un proceso muy complejo, en el que va a ser muy difícil construir puentes entre los diversos sectores sociales, poblacionales. Nosotros tenemos que aprender a convivir de manera solidaria, con cooperación y reconocimiento mutuo, tal como lo han hecho otras sociedades. Ese es el desafío que tiene que asumir un liderazgo esclarecido. No se trata de hacer un programa económico solamente, ni un programa político, tiene que haber un reconocimiento de que hay un proceso social, cultural, profundo, que tenemos que abordar. En esta etapa de la historia, que es decisiva, intentar complacer las distintas apetencias, las distintas expectativas, como han hecho los políticos en las últimas décadas, simplemente no funciona. El liderazgo tiene que asumir una labor pedagógica que no siempre es popular. No podemos seguir diciendo, por ejemplo, que este es un país rico, pero se robaron el dinero y ahora lo vamos a administrar mejor. No podemos seguir diciendo esas cosas porque no es verdad. Venezuela es un país pobre en muchos aspectos. Este es un país dependiente de la renta petrolero hasta niveles grotescos. Este es un país donde nosotros no hemos sabido convivir en forma productiva. Tenemos que asumir eso.
La productividad como un valor social no se ha planteado como desafío político, ni como parte de un programa de gobierno. Tampoco como una vía para resolver los problemas que enfrentamos. ¿Podría mencionar un caso específico? ¿Algo que le diga a la gente que eso podría funcionar?
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