A la historia de destrucción del Lago de Valencia se suma el abandono del sistema hídrico central, que permitió la contaminación de los embalses. Cuando a Valencia entra agua, es tóxica.
El problema del agua en la cuenca del lago de Valencia, que impacta en la tercera ciudad del país, es uno de los más graves problemas ambientales de Venezuela.
Desde hace muchos años que Raquel Pantoja no abre la llave de la ducha. Le da asco pensar en todos los desperdicios que caerían en su cuerpo, sobre todo cuando se reinicia el servicio por poco tiempo después de que cortan el agua en Carabobo.
Raquel es muy blanca y su piel es sensible. Al abrir la pila, primero siente un olor fétido, luego llega el agua de un color que recuerda una infusión de té. Así que vuelve a cerrar la llave y corre a buscar botellones de agua potable de veinte litros. Son su mejor opción para bañarse cuando el agua se pierde de las tuberías. Tiene seis botellones de veinte litros y diez de entre cinco y dos litros. Con el agua del grifo nunca se lava la cara, ni los dientes. Teme terminar con un absceso o algo peor.
No hay pronóstico de que mejore el agua en Valencia. Eso lo dice Manuel Pérez Rodríguez, último presidente del INOS y primer presidente de Hidrocentro, empresa gubernamental encargada de la distribución y calidad del agua en la región.
Pérez Rodríguez comenzó a hablar de la contaminación del agua en Carabobo en 2010. Para ese entonces, afirma, en el Ministerio del Ambiente nunca se había hablado de la calidad del agua. “Era algo tácito. Solo se hablaba de su distribución”.
Auge y caída de un sistema hídrico
Carabobo cuenta con un importante sistema hídrico que comenzó a operar hacia el final del primer gobierno de Rafael Caldera, en 1973, según el también ingeniero Luis Fernando Arocha, uno de los diseñadores de este sistema que comenzó distribuyendo 3.000 litros de agua por segundo y luego pasó a 8.000 litros por segundo, lo que permitía abastecer a toda el Área Metropolitana de Valencia. La segunda etapa, inaugurada en el gobierno de Jaime Lusinchi, costó 3,8 millardos de dólares. Arocha lo recuerda bien porque ha trabajado 42 años en la administración pública, siempre en el sector del agua.
Para 1999, el sistema hídrico carabobeño debía continuar su proceso de expansión para lograr abastecer a un estado en crecimiento constante. Sin embargo, cuando llegó el gobierno de Hugo Chávez, los trabajos se paralizaron con la consigna de “hay que ponerle la lupa a eso”.
Para la víspera del nuevo milenio, Carabobo contaba con un amplio presupuesto para mejorar el Acueducto Regional del Centro en sus etapas I y II. El 60 % de esa inversión la financiaba el Banco Interamericano de Desarrollo y un 40 %, el Estado venezolano. La paralización que ordenó el chavismo lapidó el progreso y obligó al BID a cerrar sus oficinas en Caracas, por lo que no se continuó el saneamiento de las aguas y el control del nivel del Lago de Valencia, que continúa en ascenso, destaca Pérez Rodríguez.
En el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez se había inaugurado en Valencia una planta de aguas residuales, La Mariposa, cuya función era eliminar los compuestos nocivos de las aguas servidas de la ciudad. Estaba diseñada para procesar 2.400 litros por segundo. Dicha planta debía seguir creciendo en varias etapas planificadas, pero también se paralizó. “Ahora tenemos un planta arruinada y desmontada. Se robaron todo. Lo único que no se llevaron fue el pavimento de las calles. Es algo dantesco”, remarca Pérez Rodríguez. De acuerdo al Centro de Investigaciones Microbiológicas Aplicadas de la Universidad de Carabobo, plantas como La Mariposa solo pueden procesar el 30 % de las aguas que reciben.
El exdiputado del Consejo Legislativo del estado Carabobo, Germán Benedetti, atribuye la responsabilidad al presidente de Hidrocentro de ese entonces, Manuel Fernández, así como a la Autoridad única de Obras de Cuenca del Lago de Valencia desde el 2005, Luigina Cercio.
Hoy las aguas carabobeñas están muy contaminadas. Eso es un reflejo del descuido y la falta de mantenimiento de los embalses Pao-Cachinche, al sur de Carabobo, y Pao-La Balsa, en Cojedes, muy cerca de la frontera con Carabobo. Son embalses de agua muerta. “Ahí la única forma de vida que existe es un microorganismo llamado cianobacteria”, explica Pérez Rodríguez, por la floración de algas, lo que ocurre cuando hay altos niveles de nitrógeno y fósforo en el agua, con temperaturas por encima de los 28 grados. Un ecosistema perfecto para su reproducción. Esa floración disuelve en el agua unas toxinas, las cianotoxinas, que luego no se pueden remover. Ese compuesto se traslada por las tuberías hasta llegar a viviendas como la de Raquel.
“No son necesariamente heces fecales”, agrega Pérez Rodríguez, quien también forma parte de la ONG Movimiento por la Calidad del Agua. “Las cianobacterias muertas son materia orgánica y muchas veces las vemos estancadas en la superficie del agua de las pocetas”.
Al morir, las cianobacterias se pudren en las tuberías, generando ese mal olor en el agua, sobre todo cuando el servicio a una zona es suspendido para enviar el agua a alguna otra zona correspondiente a las cuatro redes de distribución de agua en Carabobo: la superior, la alta, la media y la baja. Poco a poco las aguas carabobeñas van sumando factores de riesgo. La suma de cianotoxinas, materia orgánica y la descomposición de esas cianobacterias son un “coctel tóxico”.
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19 de junio de 2020