Alejandro Álvarez Iragorry: Los derechos ambientales de los ciudadanos; por Cheo Carvajal

Caracas vive un proceso acelerado de deterioro de sus espacios, pero sobre todo de degradación social. Esto podría inferirlo cualquier persona capaz de juntar datos e imágenes de nuestra situación actual. En esta ocasión quien lo dice es Alejandro Álvarez Iragorry, no como especialista, sino como ciudadano que lo percibe desde su andar por la calle, caminando, que es su manera de moverse en Caracas. Su percepción es mezcla de una sensibilidad particular para captar la vida (es ecólogo), con una visión también particular, ahora en estricto sentido: desde hace unos años su capacidad de ver ha venido disminuyendo. Una condición que, sin dudas, le obliga a aguzar aún más el resto de sus sentidos hacia un entorno que no vacila en calificar de hostil. Antes se topaba con poca gente descalza por la ciudad, hoy es un fenómeno recurrente. Ni hablar de la cantidad de personas alimentándose de la basura en la calle, como cosa normal.

Además de ser biólogo de la Facultad de Ciencias de la UCV, le sumó en esa misma universidad un doctorado en Ciencias, mención Ecología. Ha sido profesor en varias universidades (UCV, USB, UNELLEZ, UNEFA, IESA), pero desde hace tiempo su trabajo de formación lo realiza desde afuera de los centros educativos, en eso que llaman “educación no formal”. Quizá porque desde hace décadas asumió el activismo y la pedagogía como factores entrelazados en su trabajo, sobre todo en lo relativo a los derechos humanos ambientales, la educación ambiental y el fortalecimiento de organizaciones de la sociedad civil vinculados al ambientalismo.

Durante largos años trabajó con los llamados “juegos ecológicos”, pedagogía ambiental ligada a lo lúdico, la experiencia de ser y estar en contexto. Algo que le da un marco referencial para hablar de Caracas.

—Una vez, en un evento, comentaste que los árboles eran, o debían ser, el primer aparato de juegos de los niños. Eso no lo piensan muchos adultos.

—Un autor estadounidense, Richard Louv, escribió que la actual generación de niños es la primera que en su enorme mayoría no tiene acceso a la naturaleza y la vida silvestre. No poder subirse a un árbol es solo una representación de ese proceso de artificialización de la vida humana. Un niño en la generación de nuestros padres y abuelos tenía la posibilidad no sólo de subirse a un árbol, sino de tener acceso a una cantidad de experiencias vitales de contacto con distintos seres vivos.

Esa situación ha llevado a una serie de condiciones que se han resumido como “síndrome de déficit de naturaleza”, que intenta enmarcar una serie de condiciones de salud que van desde la depresión juvenil, la obesidad, la baja autoestima, hasta la hiperactividad con síndrome de atención. Aunque la relación entre estas condiciones y la falta de contacto con la naturaleza no ha sido totalmente probada, muchos autores y profesionales de la salud consideran que estas pueden mejorar con un contacto adecuado con áreas naturales y seres vivos.

Recuerdo que una organización argentina de defensa de los derechos de los niños, ante la acción de muchos gobiernos municipales de llenar los parques con aparatos mecánicos, ironizó diciendo que el invento más avanzado de la psicopedagogía y la biomecánica para promover el juego y los ejercicios de los niños era la “Armazón de Recursos Biomecánicos de Organización Lúdica”, mejor conocida por sus siglas: A.R.B.O.L.

Continue leyendo aquí

Fuente  Prodavinci